Escrito por Carlos Alberto Letts Morante, director Académico del programa de Administración y Negocios Digitales de la UPC.
Cada cierto tiempo, aparece un acrónimo que resume y refuerza la necesidad de una época. En la nuestra, esa necesidad obedece a corregir ciertos procesos de normalización -sobre todo de valores- en un marco de cambios cada vez más ágiles, en un siglo de hiperactividad y microinformación, generoso en realidades aumentadas y aceleradas.
De ahí que el impacto ambiental de nuestras acciones, la sostenibilidad de las operaciones que las soportan, y la implementación de una cultura de transparencia es lo que define a este acrónimo conocido como ESG: Environmental, Sustainability and Governance. Un recordatorio de cuál es nuestra responsabilidad con el entorno, en todos los niveles. Qué se entiende por esto: que ESG no es un acrónimo exclusivo para grandes corporaciones, y que el santo grial que ofrece –la generación de valor a largo plazo- está disponible para organizaciones de todo tamaño. Nos recuerda que la innovación no depende de recursos sino de actitud.
Siendo un modelo de trabajo y desarrollo abierto a todos, el del ESG aporta -además de un claro norte hacia el crecimiento sostenible y responsable- una mayor mitigación de riesgos y el fortalecimiento de la confianza entre accionistas y comunidad, a través de una alta trazabilidad en todos sus procesos, apoyada en tecnología que debería reducir –sino eliminar- el espíritu de corrupción que suele recorrer ciertas latitudes.
Al respecto, considérese el empleo de los digital twins en la simulación y planificación de escenarios de alta complejidad, o la innovación en cadenas de producción y distribución que han aplicado empresas como Patagonia o Ikea a favor de economías circulares inmediatas. Cuando hay coherencia entre palabra y acción, la respuesta de la comunidad es favorable. Con el ESG no hay doble discurso.
Las tecnologías de contabilidad distribuida, también llamadas blockchain, permiten describir a los consumidores, por ejemplo, los ciclos de vida de un producto y el impacto ambiental que éste produce, o bien agilizar las transacciones en la comercialización de energías renovables, o administrar la propiedad mediante contratos inteligentes a través de entornos digitales y automatizados. De esta manera, facilitan el desarrollo de Organizaciones Descentralizadas Autónomas (DAOs) que pueden concentrar una asociación o actividad específica (por ejemplo, apicultores o vitivinícolas), innovando –sin querer queriendo- mediante esquemas de colaboración radical.